EL PUÑADO DE TIERRA
Tomo el puñado de tierra, lo apretó fuerte en su mano y mientras lo arrojaba a la fosa sintió unas tremendas ganas de irse con él. De mezclarse entre esa tierra santa a la que tanto denostaba y a la que tanto respeto le falto.
Ya no importaban ni sus socios, ni sus cómplices, ni su patrimonio, ni sus cuentas en el exterior, ni sus causas pendientes, ni su soberbia, ni siquiera su impunidad.
Lo invadía una terrible sensación de angustia y desesperación que nunca antes había previsto. Y también aún la peor de todas las sensaciones inimaginable que jamás hubiese creído sentir, la sensación de “igualdad”.
Hoy se transformaba en un igual. Hoy era igual a cualquier otro ciudadano a los que nunca había prestado la mínima atención. Esos que solo le servían para votar y pagar impuestos.
Hoy se dio cuenta que quedo a la intemperie; tan a la intemperie como esos niños a los que con su corrupción les robo su techo, como esas niñas violados por su indiferencia, como esos abuelos a los que con sus despilfarros les privo su acceso a la salud y con sus vicios y sus placeres les prostituyo los ahorros. Como esos padres de la inseguridad que perdieron a sus hijos ante su negación.
Estaba rodeado de falsos abrazos, de mentirosas condolencias, de obsecuentes lágrimas, de fingidos dolores, de gente corrupta e inservible. En fin, de su gente!! De la gente que eligió para compartir su vida. Para vender sus valores, para negociar sus principios, para resignar su dignidad.
La misma gente que a partir de mañana y sin miramientos le exigiría que se olvide y empiece de nuevo, que sostenga lo que firmo, que recuerde que cuando uno entra en este juego nada puede hacerte tambalear y por nada te podes salir. Que la vida sigue y que en definitiva a nadie le importara mañana lo que le paso hoy.
La prensa, la fama, los lujos y la suntuosidad de tan magnifica despedida no significaban nada. Ya nada podía servirle para calamar esa ausencia definitiva, ese mismo trauma que solo le pasaba a los demás, a otros seres, a esos seres comunes, desprotegidos, vulnerables que hacía muchos años que solo dependían de sus decisiones, de su conducta, de sus traiciones.
Solo recibió alguna que otra lastima casi forzada de algún pariente, o alguno de esos amigos de la infancia que todavía le quedaban y que a pesar de todo su cinismo aún se conmovían realmente de su inmenso pesar.
La ley de la vida parecía estarse cumpliendo y justo sobre él. Recordó una frase que alguien en un acto y en su bronca, o impotencia, le había soltado alguna vez:
- Todo se paga acá, en esta vida…. Y a vos también te va a tocar !!
El llanto lo ahogaba, el remordimiento lo envolvía, la impotencia lo miraba fijo. No servía arrepentirse, ni pedir perdón y para creer en Dios ya era un poco tarde, nadie se lo devolvería, tampoco el.
Algunos se alegraran de lo que le sucedió. Otros pensaran justamente que Dios mide a todos con la misma vara y que no hizo más que hacer justicia divina. También estarán los que serán naturalmente indiferentes por más poderoso que fuese.
Pero el estará solo para siempre y cada vez que tome una decisión, u observe una familia humilde disfrutando dignamente su pobreza, pero con felicidad, volverá a sentir esas tremendas ganas de haberse mezclado con aquel puñado de tierra y haber partido para siempre con él.
A mí me da mucha pena….
Como también me dan pena muchos hombres y mujeres que como el, aunque no hayan llegado al extremo de haber perdido un hijo, no entienden que la muerte cuando ataca no tiene piedad; y que nadie puede con ella por mucho poder que suponga tener.
Me apena verlos vivir ignorantemente muertos en familia, sin darse cuenta que la vida es dar y no recibir, es amar y no robar, es ayudar y no dañar, es en definitiva justamente vivir y disfrutar cada día de lo que ella nos provee, sin forzarla ni exigirle, sin presionarla ni menospreciarla, sin nada más y nada menos que entender que su único secreto es dejarla corre sanamente y saberla disfrutar en paz…
Ignatius Bor.