EL VIEJO PIPIA
La tarde estaba cayendo lentamente sobre la canchita. La húmeda tristeza del domingo se le metía en el alma sin piedad, sin pedirle permiso. Mientras el viejo miraba con angustia como nacía la noche, una más de las tantas que venían a acompañar su soledad, el último cliente estiraba el culito de su ginebra, como intentando que durase un poquitito más.
Cuando el viejo empezó a levantar las mesas y limpiar la vajilla, el cliente y vecino del lugar, se dio cuenta de la hora, apoyo la copita ya vacía sobre el billete y tras un saludo cordial lo dejo solo en esa especie de bar.
Los baños estaban afuera y su pequeña piecita estaba metida casi dentro de la improvisada cocina. Alquilaba todo por el mismo precio. El único que él podía pagar. Y el único a quien el club se la podría alquilar.
Una de las ventanas daba al costado de las canchitas, las que por las tardes se llenaban de chicos y de gritos. De esas alegrías que lo complacían y lo ayudaban a cargar la pesada mochila de una intensa vida que como la noche se iba oscureciendo; y que lentamente ya estaba quedando atrás. La otra dejaba ver la esquina, donde milagrosamente sobrevivía vigilante aquel antiguo buzón, tal vez guardando aún secretos de los vecinos en su interior. Y desde la cual podía espiar la casa de Elena. Cuidándola, como cada noche hasta que se apagase la luz.
Elena, a la que amo desde la adolescencia y a la que tal vez por cobardía nunca se lo pudo confesar. Elena, la que nunca pudo ser. La dueña de ese amor eterno del que jamás se iría a enterar.
Esa noche triste (como reza en su letra uno de los tangos que mas disfrutaba al escuchar), a través de uno de los rincones por donde siempre entraba el frió, se comenzaron a filtrar recuerdos que muy a su pesar lo persiguieron desde siempre y no lo dejaban en paz. Eran la imagen de su madre parada en la puerta esperando al viejo que venia de laburar, mientras regaba el malvón y secaba sus manos en el delantal. La de los amigos de toda la vida, los que aun de vez en cuando pasaban por el club. Y los otros, esos que ya partieron pero de los que guardaba la esperanza que algún día lo pasarían a buscar.
Yo era un pibe cuando lo conocí. Y con el tiempo me di cuenta que tuve que rendir más de un examen antes que me permitiera para con él y su gente en el ya inexistente café de aquel barrio que nos ayudó a modelar. Después y a pesar de la diferencia de edad nos hicimos grandes amigos.
El vendría a ser uno de eso tipos a los que la sociedad, peyorativamente, denominaría como ignorante, debido a que el Viejo nunca pudo terminar ni siquiera la primaria. Pero lo que la sociedad nunca entendería, es que el Viejo era un caballero, como los que hoy ya no se conocen. Un “señor”, tan respetuoso y educado que superaba ampliamente las carencias que hubo de enfrentar en su orgullosa condición de tango-rrante. Era un señor sumamente cuidadoso en la honestidad y sobre todo en la amistad verdadera, esa que también ya casi desapareció. Era un verdadero sabio, pero un sabio de la vida y de la calle.
De una de esas noches de charlas y café guardo una anécdota que bien puede definir su corazón de bohemio e “incondicional”. Estábamos con unos amigos discutiendo y tratando de convencerlo y hacerle entender, ante su terquedad, del buen negocio que hacia aceptando el precio que le ofrecían por un viejo camión que ya había abandonado hacía años en la puerta de su casa. Tantos años, que bajo el mismo y sobre el adoquín ya habían nacido los yuyos. Las puertas no cerraban, el motor no se sabía si encendería y ni que hablar de alguno que otro vidrio roto. En un momento y con esos modos que sabía soltar cuando se enojaba de verdad, nos miro con odio y con una pregunta certera nos respondió su negación a tan excelente oferta, dando por finalizada la discusión:
- – ¿Y dónde van adormir los perros si yo les vendo el camión?
Bajo sus consejos y su amistad, como muchos otros de la barra, aprendí los códigos con los que un hombre se debe manejar: De las mujeres no se habla, a los amigos no se los traiciona, las deudas se pagan, las promesas se cumplen, la vieja no se abandona, en fin, una batería de conductas honorables que muy pocos respetan; o conocen.
Me puse de novio, me case y así de a poco la vida nos fue haciendo alejar. Pero el siempre siguió igual, viviendo para los amigos, presenciando y ayudando a formar otras vidas, otros hogares, mientras su vida intacta y autentica se iba cargando de soledad.
Fue uno de los tipos más noble que conocí, pero noble de verdad. De esos que siempre están en las malas, cuando todos los otros se te empiezan a borrar. De esos que sin que se lo pidas siempre estaba dispuesto a darte una mano. De esos con los que el tiempo es solo un accidente mental que se desintegra en el mismo instante en el que te lo volves a encontrar. De esos que como el respeto, ya casi no quedan más….
El viejo Pipia era un tipo simple, como les dije, autentico. Un típico atorrante de barrio. Un taura, como se los solía llamar. Su única escuela fue la calle, y pucha que la supo aprobar. Que yo sepa solo una materia dejo sin rendir, Elena… y nunca la pudo dar.
Lo encontró a mediodía del lunes un vecino que paso por el club.
Cuando llego la ambulancia diagnosticaron que esa noche triste, su alma, solitaria y vencida, decidió partir. Total, ya no había nadie que lo extrañase, ni tampoco a quien despedir.
A pesar que al viejo todos los vecinos lo querían y respetaban, los únicos que siguieron firmes a su lado, hasta el final, agradeciendo sus bondades y devolviéndole de alguna manera su amor incondicional, eran esos perritos que como tantos otros en su vida, encontraba en la calle y les brindaba su cariño y les buscaba un hogar.
Hacía tiempo que no lo pasaba a saludar y aunque le debía un homenaje, no creo que estas palabras lo puedan remediar. El será para mi también una materia previa que no me llevare a marzo, sino al más allá.
Me consuelo pensando que quizá cuando llegue mi hora lo volveré a encontrar. Que estará charlando con sus amigos, con el mismo humos de siempre, con su concejo sincero, experimentado, con su sabiduría natural. Yo nunca voy a olvidarte viejo amigo, solo espero que desde donde estés, me sepa disculpar.
Ignatius Bor.
Oscar, te cuento, nos encanto !!! Termine de leerselo a Pichi casi llorando, es tan lindo y emotivo como lo describis, el esta de acuerdo en todo lo expuesto, ignoraba lo de Elena, mira vos tan guapo y tan timido a la vez !! Sabes que su mama venia a tomar mate con mi suegra ?, y Pichi me cuenta algunas aventuras que no te las puedo contar yo, no faltara oportunidad. que te lo relate el, se rie solo acordandose de muchas de ellas y haciendomelas saber a mi Felicitarte.. es poco.. te admiramos !!! Un abrazo