CAMILA Y EL NEGRO.
Como lo hace todas las tardes alrededor de las diecisiete horas, Camila salió a pasear por el barrio. Sabía que todas las miradas y deseos se posaban en ella, en su belleza, su estilo y su fino andar, por eso de vez en cuando y casi en forma provocativa se detenía junto al cantero del vecino de la casita de tejas, como admirando las flores.
Camila manejaba a su gusto los tiempos y las situaciones; y hasta disfrutaba de ello. Hasta que un día de repente, por la esquina del bar apareció el Negro.
Ni bien lo vio sintió que algo la estremeció por dentro, no entendía que le pasaba, pero era como si ese algo le asegurase que lo conocía desde siempre. Y a partir de ese momento todo comenzó a cambiar en ella.
En el negro se notaba una personalidad diferente, tenía un aire de libertad y atrevimiento que otros no tenían. Había para ella algo que lo diferenciaba terriblemente del resto. Pero también tenía pinta de vago y aspecto de vagabundo, algo que en su familia no caería bien.
Con su pelo azabache y su aroma muy particular, paso a su lado una tarde y ni siquiera le demostró atención, cosa que a Camila, que no estaba acostumbrada a pasar desapercibida, le produjo aun mayor atracción.
A los pocos días el Negro ya se había hecho habitué del bar, e incluso ya cenaba y almorzaba allí con los dueños todos los días. Es mas ya se había hecho tan de la casa que los vecinos lo habían adoptado y todos lo trataban como a un hijo más.
Se había hecho muy amigo del viejo Juan. Este era una mezcla rara de bohemio con sabio loco. Un personaje extrañísimo y solitario, pero muy querido y respetado por todos. El viejo Juan vivía solo en una antigua casa de aspecto abandonado, llena de libros y misterios. Y cuando el Negro no andaba desaparecido era porque seguramente estaba con él.
A él si le confesó, que cuando vio a Camila se hizo el sota, pero que el corazón se le arrugo.
Se la pasaban charlando, riendo y a veces hasta nostálgicamente callados, como si estuvieran recordando antiguas historias.
Se habían hecho tan amigos, que las malas lenguas ya habían empezado a ocuparse y a comentar, que Juan y el Negro, aunque parezca mentira, eran casi inseparables. Cosa que llamaba la atención tenido en cuanta, lo reciente de la amistad y las diferencias lógicas que se destacaban entre ellos. Más aun conociendo lo reservado y huraño que siempre había sido el viejo Juan. Un adusto y verdadero solitario empedernido.
Basta con recordar las carcajadas y borrachera que se agarraron la noche en que se casaron por civil Doris y Pedro, la parejita homosexual.
Aquí como en todo barrio había personajes de todo tipo, estaba el borracho perdido, la mujer del borracho, el quinielero furtivo, los comerciantes, el fanfa, el envidioso, el mufa, el gordito remolón, en fin, todos los imaginables, incluso aquellos que hoy pueden ejercer libremente todo tipo de sexo, sin escondrijos ni restricción. Algo que al Negro, por su condición y aparente pasado le llamaba mucho la atención.
Yo tenía mucha confianza con el viejo Juan y era uno de los pocos a los que el viejo aceptaba y que le brindaba además su amistad, por ende empecé a entablar relación con el Negro, aunque él a mí nunca me dio mucha importancia.
Una de esas tardes que Camila salía a pasear, el Negro se le paro delante y con ese ímpetu arrollador que lo destacaba la miro fijo y no hizo falta mediar palabra, entre ambos el cortejo de amor surgió instantáneamente. Bueno también instantáneamente fue la reacción de la familia de Camila que lo corrió a patadas por toda la cuadra. Cosa que no pasó desapercibida y que genero bastante revuelo en el barrio. Al punto que casi terminan a las trompadas con los dueños del bar, el gordo y el quinielero, que reaccionaron a favor de Él.
Si bien la cosa no paso a mayores, tampoco quedaría muy distendida en el futuro. La pobre Camila cayó en depresión y el Negro solo la podía visitar a escondidas y de vez en cuando.
Como el chismerío aumentaba, el viejo Juan cada día parecía más loco que genio y el Negro ya era parte importante del barrio. Un día me anime y le pregunte a Juan si era verdad que él y el Negro hablaban y se entendían tan bien como decían. Y el viejo me confesó:
– Te voy a confiar un secreto, pero me tienes que jurar que lo vas a guarda para siempre.
– Bue… igual si lo contas, quien te lo va a creer??
Y se echó a reír como loco.-
Crease o no, parece que el Negro era la reencarnación de un solitario forajido del siglo XI y que se dio cuenta y comenzó a recordar el día que llego a la esquina y vio a Camila por primera vez, aunque en ese momento ni el mismo lo creyó.
Me conto que el negro reconocía a casi todos los espíritus que rondaban el barrio y que más de uno le había llamada poderosamente la atención; por ejemplo:
La mujer del borracho había sido una bella y delicada princesa, casi como de un cuento de Hadas y el borracho nada menos que el cura de aquel lugar.
De los dueños del bar no le extrañaba su solidaridad, porque ellos en sus otras vidas habían sido Gandhi y Santo Tomas. El gordo había sido el burro de Sancho Panza y el fanfarrón la amante de Gengis Can. El quinielero, el comisario de Nottingham. Y así continuo recordando vidas pasadas y sacando más o menos a cada uno de los demás.
Me conto que la noche que se rieron a carcajadas en el casamiento, fue porque recordó que Doris en su vida anterior, había sido el Chueco Cruz, un malevo sin códigos nacido en un suburbio escondido de Pompeya y que había muerto apuñalado en un entrevero con el sordo Pancho. Y que Pancho resultaba ser, nada más y nada menos que Pedro. Como para no ponerse en pedo y reírse a carcajadas de ser verdad!!!
No pude evitar preguntarle entonces, quienes habían sido ellos dos, a lo que me conto que el viejo Juan, según le dijo, había sido Diógenes y el Negro nada menos que Robin Hood.
Y que ambos le estaban agradecidos a la vida por la bendición de haberles permitido reencarnar en los bondadosos y maravillosos seres que eran hoy. Fieles, humildes, cariñosos, sabios, libres de todo consumo y toda tentación. Y por sobre todo, seres llenos de amor.
Y aunque Camila aun no lo sabía, también a ella le había sido otorgada esta bendición, ya que ella y el Negro habían jurado amarse eternamente en sus vidas anteriores.
– Claro (le dije frunciendo el seño) y Camila era la sobrina del Rey Ricardo, no?
Su mirada se crispó, me clavo sus ojos negros y profundos y con tono entre enojado balbuceo:
– Perro traidor… me dijo que no dijera a nadie nada y a vos te lo conto!?
– Y yo que convencí a la familia de Camila que lo dejaran entrar y quedarse a vivir allí……
Deje al viejo y me dirigía a la casa de Camila. Efectivamente el Negro ya se había instalado en el lugar. Y encima había puesto una condición, que lo dejaran entrar y salir a su entera elección.
Me acerque a él, lo mire fijamente y creo que entendió de sobra mi intención. Antes que diga nada, movió la cola, me extendió su patita y me pidió desde su corazón, que le guardara el secreto.
Camila, la refinada y elegante Caniche Toy, había dejado para siempre de coquetear y por fin se había reencontrado con su antiguo y único amor, un renegrido atorrante raza perro callejero, hoy padre del cachorro que arrullaba en su vientre…
Y nuevamente dueño de su corazón.
Ignatius Bor.