El Intruso Furtivo

 

                                                               

                                                     El intruso furtivo

 

Sin saber porque, como aprovechando esa paz que regala en el campo el atardecer, el hombre estaba sentado mirando caer el sol. Hacía ya un tiempo que esa pintura que cada día le regalaba la naturaleza se le venía metiendo en el alma como un intruso furtivo sin que él pudiera descifrar a qué venia. Solo las esporádicas tardes de lluvia, más punzantes y tristes por esas horas, al clavárseles como espinas dejaban invisibles cicatrices que le daban, solo de vez en cuando, algunas húmedas pistas de a que se podrían deber.

 

Quizá sería que la rutinaria vida ya lo había agotado. Quizá ya había cumplido su misión en ella. Quizá estaba llegando al final del camino y la confusión del pasado vivido se contradecía con el que él se había imaginado, con el que había deseado. Con la ilusión y las ganas de lo que ya no podría ser…

 

Estaba con la mirada perdida en ese horizonte que comenzaba a apagarse lentamente, a hundirse en la sombra ya amenazante cuando el automóvil de Pedro se detuvo frente a su silla. Un hombre algo más joven, tirando más bien a obeso que a robusto abrió la puerta y se acercó a preguntarle si sabía dónde podría comer algo y pasar la noche.

 

Mientras Alejandro sorprendido por el personaje le acercaba un mate comenzó a indicarle que el pueblo estaba siguiendo el camino que salía a su derecha, pero le aclaro que por tratarse de un pueblito muy pequeño no sabía si encontraría algo abierto para cenar y dormir.

 

No tenía el aspecto de alguno de los terratenientes de los que rentaban campos en la zona, ni de estanciero, ni ganadero y mucho menos el de un paisano. Y ya que tampoco era un vecino del lugar le pregunto qué hacía y a quien buscaba por estos caminos.

 

No pudo disimular la sorpresa en su cara cuando el viajante, entre sonriente y compungido, le respondió que probablemente, se estuviera buscando a el mismo!!

 

Y como se dicen en el campo, para no irse rengo, se tomó el segundo mate y partió hacia el pueblito.

 

– No dude en volver si no consigue posada. Aquí no nos sobra nada pero para una cama y un plato de comida caliente tampoco nos faltara.

 

Le ofreció Alejandro mientras el desconocido ponía en marcha su automóvil. A lo que Pedro respondió levantando el pulgar de su mano izquierda en muestra de agradecimiento.

 

 

Alejandro vivía con su mujer y una de sus hijas ya que la otra hacia unos años había encontrado pareja y armado su nido en un pueblo más grande, donde las posibilidades de futuro eran más promisorias. Y si bien él le aceptaba esa realidad, no podía evitar extrañarla mucho. Y últimamente se reprochaba seguido el hecho de haberse quedado a vivir solo con; y de la naturaleza.

 

Estaban preparando la mesa cuando sus perros, fieles, comenzaron a ladrar mientras el ruido de un motor se acercaba cada vez más rápido y sonoro. Era Pedro. No hizo falta que les golpeara a la puerta. Se puso un plato más en la mesa y se preparó el cuarto de atrás, el de los recuerdos, para que allí pasara la noche. Algo bastante extraño para Pedro que vivía en la gran ciudad, pero común para la familia de Alejandro, bonachona y solidaria.

 

Después de cenar y conocer a su familia Pedro y Alejandro se fueron a sentar afuera de la casa, bajo el viejo roble que Alejandro vio plantar a su padre para entre otras virtudes, la de dar sombra a aquel incipiente rancho de crianza de su infancia.

 

Como Alejandro y su familia se sentían bien con él y Pedro y Alejandro comenzaron a tratarse y entenderse, Pedro le pidió permiso y se quedó con ellos unos días.

 

El hombre parecía fascinado con esta familia, con la paz del lugar, con los pájaros, el verde, los cerros, el arroyo y sobre todo con esos atardeceres entre tristes, pero a su vez acogedores…

 

Se quedó la cantidad de días suficientes como para que Alejandro, al ir conociéndolo, comenzara intuitivamente a desenredar aquella madeja de nudos que estaba sembrándole en su interior aquel intruso furtivo, el de esos mismos atardeceres.

 

Y durante esos atardeceres solían sentarse a compartir la paz del paisaje. Y mientras tomaban unos mates ambos comenzaron a intercambiarse detalles y secretos de pasados y rutinas muy diferentes. Alejandro sobre amaneceres y atardeceres, sobre lluvias y primaveras, sobre rutinas y cultivos, sobre soles y soledades, pero siempre ante el inmenso horizonte. Y Pedro sobre empresas y obligaciones, sobre estrés, insomnios y escalafones, pero siempre entre paredes, ventanas y aviones.

 

 

Alejandro temía aburrir con su rutinaria monotonía a quien parecía ser un hombre de mucha historia, mucho conocimiento de los hombres, los poderes, los países y la vida. Ya que el solo sabía de esto, de campo, amores, cultivos y atardeceres. A lo sumo lo más destacado, por citar un ejemplo, podría ser el dolor que le provoco el alejamiento de su hija, el amor de sus perros fieles y la historia del viejo roble.

 

Una de esas tardecitas, pero de las que más duelen, las de lluvia, de esas que se anuncian con el dulce olor a tierra mojada. Esas que sin nuestro consentimiento se nos meten en las entrañas y enseguida te invitan a reflexionar, Pedro, sin querer, le confeso que sentía que en estos parajes, para El inimaginables hoy y aburridos otrora, parecía que lograba comenzar a encontrarse, a descubrir ese secreto que guardaba oculto en lo más profundo de su ser y que nunca antes había podido detectar ni conocer.

 

Pedro le contó que se pasó la vida tratando de llegar a ser un admirado director de una empresa multinacional. Y que lo había logrado. Que aquellas luchas de tantos años, que aquellos sueños que postergaron otras prioridades, también importantes, se habían hecho realidad, que habían llegado. Que había logrado disfrutar de majestuosos hoteles, viajes de aviones en primera clase, automóviles con choferes a su disposición, de los más lujosos restaurantes, de las más importantes ciudades del mundo. Que miles de trabajadores y empresarios dependieran de él, de su capacidad, caprichos o decisiones.

 

Estaba casi partido en llanto cuando mirando los ojos de Alejandro le confeso que hasta había llegado a creerse que todo eso era verdad, es más, que eso era la vida….

 

Hasta el día en que lo llamaron para darle las gracias por los servicios prestado, le explicaron que había cumplido de sobra con las expectativas, los proyectos y los objetivos de la empresa, pero que los accionistas, gente a quien sirvió y que nunca había conocido, habían decido cambiar la estrategia a nivel regional y comenzar una nueva etapa, por lo cual necesitaban un director con un perfil diferente. Con piedad y agradecimiento se encargaron de aclararle, para su tranquilidad, que no buscaban de manera alguna a una persona mejor que él, sino simplemente, de un perfil diferente.

 

En su exitosa carrera había tenido que separase de su esposa, quizá porque ella, también empresaria, tenía sus compromisos y en sus distintos “crecimientos” ya casi en nada lograban coincidir. De sus hijos apenas si había podido disfrutar algún domingo, algún cumpleaños a las corridas, o algún acto escolar filmado, o casi a escondidas. Cuando murió su madre él estaba de viaje en el exterior. Y con su padre y uno de sus hermanos hacía varios años que ya no se veía.

 

Y ahí estaba Pedro, mirando a los ojos de Alejandro, entre sonriente y compungido, al borde del llanto, o la risa. Preguntándose que había hecho de su vida?

 

Alejandro, que había logrado “agudizar su instinto más que desarrollar su razonamiento”  no se animaba a decir palabra alguna y en su humildad se sentía en deuda por ese silencio sostenido, pensando que tal vez a Pedro lo dañaría aún más. Podía percibir, casi respirar que Pedro envidiaba su estilo de vida. Que desde su mirada le gritaba que si pudiese volver a tras no dudaría en cambiar su destino por el de él. Con sumo respeto y con el tacto que solo puede dar la naturaleza, como para tender un manto de consuelo, trato de expresarle su propias angustias, sus dudas, sus sombras y lo que le delego su destino como algo inevitable. Algo que lo aquejaba y confundía y que solo  comprendió recién al verlo reflejado en los ojos de Pedro. En ese eterno instante pudo llegar a reconocer el misterio de su propia existencia.

 

A raíz de esa conversación Alejandro comenzó a ver cuán feliz era, cuantos amores y naturaleza lo rodeaban. Pero no sabía cómo justificarse por su suerte.

 

A pesar que ambos venían de diferentes pasados, diferentes raíces y que si bien en algunos aspectos era muy difícil que coincidieran o se entendiesen, también en el algún lugar del alama ambos tenían dudas y callosidades similares. Alejandro parecía entender que nadie estaba del todo conforme con lo que había hecho en su vida, que todos de alguna manera se reprochaban momentáneas felicidades, presentes confusos, infelicidades.

 

No había dudas que a ambos los cruzo el destino y no la casualidad. Sin saberlo, cada uno  estaba ayudando al otro a resolver misterios y errores, conceptos e identidades tal vez postergados, pero seguramente confundidos.

 

 

Esta vez los que cantaban eran los gallos, mientras el sol asomaba y Pedro partía. Le dijo que debía regresar para acomodar su vida, pero le prometió que pronto volvería. Es más, le dijo a Alejandro que le había echado el ojo a unas tierras vecina y que el presupuesto seguramente le alcanzaría!!

 

Sin más, el abrazo fue apretado y extendido, como esos que solo se dan los viejos amigos de toda la vida.

 

Alejandro quedo pensativo, como perdido, sin entender porque, sabía que extrañaría a Pedro. Pero sobre todo sentía que a partir de esa inevitable comparación de sus historias, de sus vidas, algo dentro de él cambiaría ya para siempre.

 

Ese mismo día, como tantos otros, la naturaleza volvía a regalarle una nueva pintura del atardecer. La que lentamente se iba hundiendo en la sombras de la noche, que ya daba lugar a la invasión de estrellas.

 

Algún atrevido grillo comenzaba a romper el silencio con su canción repetida, mientras aquel intruso furtivo, el que se le venía metiendo en el alma sin que él pudiera descifrar a qué venia, esta vez no asomaba un rostro adusto ni lleno de intrigas, ahora se presentaba mucho más sereno y tranquilo. Y hasta se le fue arrimando, como intentando por fin compartir con él, algún mate amigo.

 

Ya no habría misterios, ni angustias, ni espinas que en tardes de lluvia se le clavarían en el alma. Por fin había entendido. El Intruso Furtivo era eso, eran las angustias de los reproches y las frustraciones que cada uno y en sus distintas formas todos cargamos. Ahora solo los recuerdos de los viejos tiempos irían tomando forma en cada una de aquellas invisibles cicatrices, mientras la paz que pudo conquistar su alma seguiría compartiendo la nostalgia de futuros atardeceres….

 

                                                                                                           Ignatius Bor.

 

2 Comments

  1. Muy bueno…! Una enseñanza de vida que invita a hacer un alto en el camino y mirar un poco hacia atrás. Me gustó mucho…!

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