Desencuentro

                            

                                                DESENCUENTRO

 

El amanecer daba un tono rojizo su mejilla izquierda, cuando observó que el jumbo comenzaba a inclinarse hacia uno de sus lados. Abajo un inmenso Río se teñía de diversos colores según iba girando la máquina lista a descender.

 

Las ansias y expectativas lo carcomían por dentro.

Eran tantas las preguntas que se hacía. Tan grandes el temor y las ilusiones, que lo ganaba una especie de desesperación.

 

Se había propuesto dar la sorpresa, llegar sin avisar nada a nadie; y después de tantos años, la emoción del encuentro, ya próximo, le provocaba sensaciones intermitentes entre tristeza, nostalgias y alegría.

–  ¿Cómo reaccionara Mama?… (Se preguntaba)… ¿Y Papa?

– ¿Y los amigos…?

– ¿Cómo estarán de grandes los sobrinitos….?

¡Y mi hermano….!

Cuantas ganas de verlos!

 

La ciudad lo encontró distinto; algo más gordo y con bastante menos cabello. La mirada asombrada y como perdida entre dudas y silencios.

El, la veía enorme, cambiada, cálida y más joven. Su tránsito incrementado y loco. Sus taxistas charlatanes como siempre. Y los tan controvertidos Subtes sumados al Metro-Bus….

Y ahora; está inaceptable inseguridad….

 

Ya había planeado todo. Su primer sábado por la noche iría a cenar con su mejor amigo, luego lo invitaría a algún recital, y más tarde a tirarse en el viejo café, madrugada de por medio, como en los viejos tiempos, para recordar y contárselo todo…

Como en los viejos tiempos!

 

El domingo todos a casa a comer esas exquisitas ravioladas que hacía la Vieja. Después a la cancha; a ver junto a su hermano a ese equipo que fue la pasión de toda la vida. Y a la salida, a pasar por unas porciones de añorada pizza junto a la barra del Club.

 

Y en la semana… Trataría de ver a esa niña de siempre.

A la que esperaba en la esquina de la iglesia, con una flor entre los dientes.

De la que se alejó una tarde con un sencillo hasta siempre.

 

De repente el taxi se detuvo – ¿Es aquí señor?

  • Sí.

       Creo que si….?  (Se dijo con una voz y una imagen asombrada)

Estaba todo tan cambiado….

 

El primero en verlo fue su padre, que llorando lo abrazaba fuerte y le beso la frente.

Y la vieja…! Que casi se muere de la alegría al verlo ahí presente.

Enseguida vino su hermano y comenzó el reparto de regalitos, solo faltaba uno, el del sobrinito que estaba por llegar; y del que se enteraba justo en ese momentito.

¡Qué conmoción…!

¡Y qué alegría!

Era como volver a la vida, a aquella amada adolescencia ya tan lejana. Pero tan querida!

 

Pero el tiempo pasa y todo lo cambia. Y sin proponérselo, el desgaste posó su mano en cada uno. En cada cosa. Como en cada sitio.

 

Y ese amigo, a quien tanto quería y tanto lo quiso, ya no era el mismo.

No hubo cena, ni recital, ni charla a recuerdo tendido. Tan solo hubo algunas palabras, y una que otra disculpa, sobradamente entendida, cuando les presentó a su esposa y sus preciosos nenitos.

Y le explicó lo difícil que están estos tiempos, lo imposible de vivir de un sueldo. Y el resto de sus desdenes le fueron mostrando como la vida se lo había robado ya para siempre.

 

Tampoco hubo raviolada el domingo. Resulta que el hermano tenía compromisos en casa de sus suegros y al fútbol hacía mucho que ya no asistía….

  • Además, con toda la violencia que hay últimamente!

 

Y esa niña de siempre. Esa a la que esperaba en las esquina de la iglesia con una flor entre los dientes…

Era hoy una mujer adulta, con una familia que le exigía de todos sus cuidados y su tiempo.

Que nunca lo había olvidado. Pero que le rogó muy dulcemente…

  • Aquello fue tan hermoso…

        Dejémoslo ahí, guardado…

        No intentemos recordar lo nuestro….

 

Y así, ese hombre que llegaba para reencontrarse con su pasado. Que volvía a lo que creía era lo suyo y con los suyos, se sintió de pronto un extraño en su propia tierra. Como un ajeno en su mundo.

No tuvo en cuenta que su egoísmo de vivir a su manera lo habían alejado de todo lo que amaba. Y que en la vida, lógicamente, no todo puede tenerse.

Se había quedado afuera en el reparto de obligaciones; y solo los viejos quedaban firmes en aquellos recuerdos. Y aquellas ilusiones.

 

El sol, que caía, daba un tono rojizo a su mejilla, esta vez la derecha. La ciudad se hacía más pequeña cada vez.

Se marchó de noche. Quizá porque la noche es ideal para sentirse solo. Quizá porque de noche, no da tanta vergüenza llorar.

No miro atrás la marcharse. Sabía que debía construir su nuevo mundo; y ya no importaba demasiado en qué lugar.

 

(Todo aquello que ayer creíamos inmortal, o sublime, generalmente, el paso del tiempo lo convierte en algo fugaz, o aciago, o simplemente, en recuerdos melancólicos; e imborrables…)

 

                                                                               Ignatius Bor

 

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