INCERTIDUMBRE
No sabemos de dónde venimos, ni hacia dónde vamos.
Nadie sabe si quiso nacer, pero todos sabemos que vamos a morir. Que tarde o temprano vamos a partir.
¿Y que es entonces conocer?
Conocer el mundo no es viajar ni conocer lugares, ni si quiera es conocer gente.
La gente siempre fue igual en todos los sitios y épocas desde que el hombre apareció sobre este planeta.
Nunca cambio, lo que cambiaron fueron sus circunstancias.
Sus necesidades, sus vicios, sus temores, sus ambiciones, sus ansias de poder y de sumisión siempre fueron y son las mismas.
Desde las cavernas hasta la Ciber Especie que estamos por crear (o ya creada y a escondidas de la humanidad), siempre hubo sumisión y poder.
Ahora, ¿Qué o quién determina quién es quién?
Por ahora salimos del amparo y la cálida seguridad del vientre materno (o de un laboratorio) a una perversa, compleja y competitiva sociedad. Y en esa sociedad debemos sobrevivir a los depredadores de nuestra propia especie. Y entonces descubrimos el dolor que provoca la soledad del ser. O la satisfacción que en algunos provoca la dominación sobre otro ser.
Y comenzamos un largo camino de búsqueda permanente, de investigación. Y consciente o inconscientemente sabemos que somos algo, pero no sabemos qué.
Tal vez empezaremos a vivir cuando empecemos a entender que en el interior de nuestra humanidad, espiritualidad, o mente (no lo sé), también somos iguales, víctimas y victimarios, presa y depredador estamos hechos de lo mismo y vamos hacia el mismo fin, desaparecer, antes o después, desaparecer.
La duda es si algunos nacemos predeterminados para intentar entender; y otros solo para intentar existir. Si algunos nacemos con la consigna de buscar, dudar y sufrir así la existencia, mientras que otros solo viven para ser felices y sobrevivir, sin pensar ni preguntarse cómo, porque y para que estamos aquí.
Y como presa vivimos temerosos, alertas y listos para correr. Y como depredadores alertas y listos para perseguir y alimentarnos. Pero ninguno de los dos con tiempo para pensar que ambos somos también a su vez presa y depredador de otro ser. Y ninguno de los dos con tiempo para pensar y preguntarse porque. Es más, el depredador generalmente vive creyendo que él no tiene un depredador.
Hoy la ciencia ya está comprobando que en el universo interior, del interior de nuestra micro biología genética y magnética, hay reglas que desconocen y desobedecen la realidad atómica que nos conforma, que nos constituye y nos forma como somos.
Y la que hace que nos veamos entre nosotros, tanto a nuestros semejantes, como a las plantas, animales y cosas que nos rodean y con las cuales convivimos e interactuamos en el mundo en el que existimos, como una realidad en la que estamos seguros de ser lo que realmente creemos que somos.
Y en la inmensidad del universo:
¿No seremos tan inexistentes cono una partícula de talco dentro de su envase?
¿O tan inexistentes y uniformes como una partícula de agua que corre por un rio?
En semejante misterio e inmensidad:
¿No seremos parte de la flor del jazmín como de una de las hebras de su raíz?
¿Cómo del agua que lo alimenta y la luz que le da energía para existir?
Hoy ya, por ejemplo, las mujeres pueden tener hijos sin necesidad del contacto físico con el hombre, que fue su pareja desde el inicio de esta humanidad tal y como aun la conocemos. Es más, ya pueden tener hijos sin necesidad del esperma masculino, e incluso elegir el sexo, color de piel, o de ojos de su hijo, o hija según lo deseen.
¿Tendrá sentido para ellas, acaso en unos años más, la existencia del sexo opuesto?
¿Y para qué?
La humanidad, gracias a la ciencia, está cambiando en pocos años lo que no modifico en los miles de miles de años que habita la tierra. Desde su conocimiento hasta su existencia biológica, genética y cultural.
Nuestras generaciones hemos y estamos siendo testigos asombrados y en mi caso hasta me animaría a decir indolentes y temerosos de lo que vendrá.
Estamos asistiendo al cambio más veloz, violento, confuso y profundo que jamás hubiésemos imaginado los seres humanos de mediados del siglo anterior.
Vivimos conectados entre todos de forma virtual e inmediata las veinticuatro horas del día no importa en qué lugar del planeta o incluso del universo estemos situados.
Hemos superado las expectativas de vida de manera que duramos muchos más años que nuestros antecesores. Y con un pronóstico tan alentador para las generaciones venideras, que ya están planeando durar sanos y vivos durante muchos años más.
Pero esta vida lleva una velocidad y unas condiciones que nada tienen que ver con las culturas, métodos y costumbre que las de quien suscribe.
Hoy todo es ahora.
No juzgo, pero, desde mi concepción de la vida, me es inevitable preguntarme:
¿Que fue mejor?
¿De qué vamos a reírnos, o por quien vamos a llorar, cuando al fin alcancemos definitivamente esa meta tan deseada de la Inteligencia Artificial?
¿Cómo será ese futuro?
¿Seguirán existiendo la familia, los amigos, el amor, los afectos?
¿Habrá tiempo para para ellos?
¿Habrá necesidad de ellos?
¿Sera quizá este cambio tan profundo que al estar tan cerca de la eternidad y la falta de sufrimiento estemos ante la presencia de un ser completamente diferente al que somos hoy?
Para la gran mayoría de los occidentales, sobre todo los del primer mundo, quizá Dios pase a ser simplemente aquel Viejito de Barba extendiéndole su dedo a un tipo, y que fue pintado con mucha imaginación por un tal Miguel Ángel, allá por el año mil quinientos, en la cúpula de la Capilla Sixtina.
En mi caso y después de más de dos mil y tantos años parecen sonar nuevamente ciertas aquellas palabras de Sócrates afirmando que:
“Lo único que sé, es que no se nada”…
Ignatius Bor.